Capítulo 8: Visita de Mamá.

En 1967, cambié Clorofila por un coche Mercedes, 5 años más nuevo. Tenía buena pinta, las puertas cerraban bien y tenía una  buena velocidad crucero de 80 km/h, desgraciadamente su mecánica no era tan buena. Lo bauticé con el nombre de “Penélope”. 

PENÉLOPE

En 1968, gran acontecimiento: Mamá llegó de sorpresa a visitarnos. Mis  padres, nunca habían tomado un avión en su vida. Mamá se aventuró sola, era el viaje de su vida. Estaba todo bien organizado para recibirla y me había decidido hacer una revisión completa de la mecánica de Penélope. Desgraciadamente, los días pasaban y la llegada de mamá a Buenos Aires se acercaba y no me llegaban los repuestos para terminar la reparación de la caja de cambio de Penélope. Al final, la familia Groverman la fueron a buscar a Ezeiza, y ella me esperó dos días en Buenos Aires. Al día siguiente de mi llegada, llevé a mamá a conocer Buenos Aires y la presenté a la familia de Elizalde que venía de vacaciones a La Angostura, de la cual éramos amigos. La señora  de Elizalde hablaba muy bien francés y mamá quedó encantada de encontrar gente  tan culta. Me llevaba bien con María Rosa, una de las hijas, pero no vivíamos en el mismo planeta. Ella era profesora de filosofía en Buenos Aires y yo haciendo todo tipo de trabajos manuales en Villa La Angostura. 

Al siguiente día, con Penélope nos dirigimos hacia Santa Rosa. Mamá descubría las inmensas extensiones del país con sus extensas estancias. No podía creer lo que veía. Después de doce horas del regular ronquido de Penélope, nos alojamos en el Motel del Automóvil Club de Santa Rosa y fuimos a saludar a Marcel y Cecilia Huvelle que nos invitaron a cenar con sus cincos hijos.

Mamá en el ACA de General Acha
Mamá descubriendo la Patagonia.

Al día siguiente, salimos temprano hacia General Roca para empezar la travesía del desierto patagónico, con su sequía y calor durante el día. Lo que nos impulsó a bañarnos y hacer una siesta al borde del Río Colorado. Mamá empezaba a preguntarse ¿A dónde íbamos? Por suerte, Penélope se portaba bien y llegamos a las chacras del Valle de Río Negro. Le impresionó mucho ver tantas actividades en el medio del  desierto, con el fin de producir las frutas que ella comía en Bruselas. Llegamos en la tarde al hotel Confluencia de Neuquén, recibido por el portero, sin su plumero con el cual hacía volar la tierra de las ropas y equipajes de los clientes, porque desde el viaje con la tía Anne, se habían asfaltado las rutas. Asistimos a la misa de la tarde en la Catedral, celebrada por el Obispo Jaime de Nevares que nos invitó después a tomar un vaso de vino del Valle en su oficina. Sentía no poder invitarnos a cenar porque tenía que ausentarse. Mamá quedó asombrada por la simplicidad con la cual nos recibió. Monseñor de Nevares había hecho su escuela primaria en Francia, asique hablaba perfectamente el francés y tenía conocimientos sobre cualquier tema. Venía de la aristocracia argentina y había tenido su vocación sacerdotal después de haberse  recibido de abogado. Fue nombrado primer obispo de la Provincia de Neuquén en 1961 y lo conocí en 1962, cuando vino en La Angostura para las confirmaciones. Se preocupó mucho por la Provincia, especialmente por los problemas de pobreza y de injusticia. Su anillo de obispo, se lo donaron los canillitas que lo querían mucho. Se habló de él cuando tomó la defensa de los obreros del “Dique del Chocón”, quienes se encontraban en huelga por una justa causa.

Después de éste simpático aperitivo con Don Jaime, fuimos a comer un buen bife, acompañado de un segundo vaso de vino del Valle. Esta noche, mamá durmió, soñando con su primer día en la Patagonia. Al día siguiente, la dejé dormir y fui a preparar Penélope para la próxima etapa hacia Bariloche, donde nos esperaba Michel en su empresa de wafles y galletitas.

 

Pasamos por “Cutral-Co y Plaza Huincul” donde visitamos el primer pozo de petróleo descubierto en 1930. En La Angostura, mamá iba a conocer un   pionero del petróleo en estos lugares que le iba a contar sus recuerdos.  Era nuestro vecino y amigo, el ingeniero Enrique Cánepa y su mujer Olga. Cutral-Co era todavía una pequeña población perdida en el desierto. Vivían allí Osvaldo Pellín y Melita Hensel, amigos de La Angostura, matrimonio joven con su primer bebé. Osvaldo empezaba su carrera de médico. Melita había nacido en Angostura y hacía lo imposible para hacer crecer un pino frente de su casita. Era la única manchita verte en el barrio. Me imaginaba como sufría Melita la nostalgia de los bosques de su infancia. Osvaldo y Melita estaban tan contentos de nuestra visita que nos ofrecieron pasar la noche. La casa era chiquita y el corazón grande. Agradecimos su gentileza y quedamos a almorzar antes de seguir nuestro viaje. Mamá entendió que en Argentina, como en muchas partes, las piedras son duras para muchos.

Con Osvaldo y Melita en Cutral-Co.

La ruta de Bariloche, asfaltada desde el año 1966 era ahora un lujo. Todavía había muy poco tráfico, ni el viento frenaba nuestra velocidad de 80 km/h. El “Valle Encantado”, remontando el curso del Río Limay, le anticipaba a mamá la vista del lago Nahuel Huapi que iba a descubrir dentro de unos sesenta kilómetros. Ese inmenso lago que hace más de seiscientos miles de años era parte de un glaciar que trazó el valle en el cual estábamos. Durante siglos, las lluvias y el viento erosionaron sus costados para formar un paisaje encantado con sus diferentes figuras: la gallina clueca, el dedo de Dios, el indio, etc. La velocidad de Penélope era ideal para apreciar esas bellezas naturales.

Y de pronto, apareció el Nahuel Huapi con la Cordillera de los Andes  en el fondo. Con emoción, ella descubría esta maravilla de la creación. En aquel entonces, muy pocos europeos tenían conocimiento de la belleza de nuestra zona. 

Media hora después Michel y mamá se abrazaban. Michel nos invitó a comer unos wafles de Bruselas de su producción y le mostró sus instalaciones, que sin duda parecieron a mamá muy modestas en comparación al lujo en el cual vivía en Bélgica.

Cenamos en el restaurante “Nikola”, de nuestros vecinos. Era una familia yugoslava muy trabajadora donde se comía muy bien. Los hijos adoraban a Michel y Mamá se dio cuenta que éramos queridos en el barrio. 

Michel, J-P y uno de los hijos de la familia Nikola.

Después de una buena noche, un poco apretados en el pequeño departamento, decidimos aprovechar esta visita histórica para tomar algunos días de vacaciones. Michel cerró su negocio y salimos a mostrar los alrededores de Bariloche. A ella le gustaba jugar golf y cuando vio el Hotel Llao-Llao con su espléndido entorno, rodeado de su cancha de golf, pensó haber encontrado el paraíso. Pasamos por el colegio Don Bosco, dónde se encontraba el Pelícano con su marinero Argentino y Don Celedón. Pasamos también por la laguna El Trébol a saludar nuestros amigos  “Fremery” que nos querían invitar a cenar, lo que era imposible porque la tía Hella, Nelo y Cristina nos esperaban con una excelente cena preparada por Irma. Durante esta cena, el contraste entre Mamá muy elegante y la imponente tía Hella, comerciante de motos, con su pucho de cigarrillo entre sus labios, del cual la ceniza no caía nunca (habilidad de los grandes fumadores), sabiendo dirigir con firmeza su pequeño mundo, era cómico de observar. Mamá se daba cuenta que estábamos allí como en nuestra casa, adoptados por esta familia original. No nos podíamos quejar. No ricos, pero felices entre gente trabajadora, disfrutando de una buena calidad de vida. Nuestra verdadera riqueza era sin lugar a duda, nuestra buena educación que nos abría todas las puertas.

Encuentro con Juan Carlos Deyurka, Pichi Carasquedo en el Río Limay.

Al día siguiente de su paseo en Bariloche, mamá iba a descubrir Villa La Angostura, situado del otro lado del lago. Era todavía un pueblito de algunos cientos de habitantes. Salimos temprano. Era un día magnífico  de Marzo. A partir del Río Limay, la ruta, realizada por Parques Nacionales en los años 1940, era de tierra con pozos y ”dientes de serrucho” . El camino  atravesaba el casco de la Estancia Jones, entre las casas y los galpones. Saludamos a André Jones. Mamá conoció así un verdadero cowboy, llegado de los Estados Unidos a principio del siglo XX a la Patagonia. André Jones nos contó que sus primeros años en el Nahuel Huapi no fueron fáciles, todavía no había policía y varias veces había sido atacado de noche por bandidos y también incendiado por los indígenas. 

Los galpones y los gauchos de la Estancia Jones.

Durante los treinta años que conocí este camino de tierra, era costumbre hacer una parada con café y sandwich, en la hostería Santa María de Don Horacio Barbagelata, hijo de pioneros, llegados igualmente al principio del siglo XX. Una familia honesta y trabajadora repartida hoy entre Bariloche y La Angostura. Mamá se daba cuenta, lo reciente de la historia de la zona.

Una hora después, llegábamos al chalet “Las Piedritas” donde Martine Groverman y la familia Gómez con la Princesa India nos esperaban. Maman reencontraba su confort habitual en el dormitorio “del Obispo” (nombrado así, porque durante una noche, lo había ocupado Don Jaime de Nevares).

Mario Bortot

Durante éste verano de 1965/66 se alojaba también en el chalet Mario Bortot, amigo de la familia Groverman, para dirigir la construcción del Colegio de las Hermanas. Generosamente, aportaba gratuitamente su dirección de obra. Como buen constructor era muy autoritario y todos tenían que colaborar. Recién habíamos llegado  y Mario me pidió traer mi camión, con el cual distribuía leña en Bariloche, había que llenar urgentemente de tierra los cimientos del colegio. Don Bortot había decidido elevar el nivel del piso de casi un metro para evitar los posibles problemas de humedad. Se trataba de varios cientos de metros cúbicos que había que cargar y descargar a pala. No le podía negar este servicio. Mamá me acompañó a Bariloche a buscar mi viejo camión Magirus-Deutz del año 1950. Se dio cuenta lo duro de la vida de los camioneros en estos caminos  y estaba contenta de llegar, después de esta original experiencia.

Mamá con el Magiruz-Deutz 1956.

Nuestros inolvidables amigos Diem.

Los siguientes días presentábamos a mamá, los habitantes del pueblo. En esa época, todo el mundo se conocía y mamá era la curiosidad del momento. En un mismo día, visitamos a las familias Diem, Chumuy, Cárdenas, Barbagelata, Palma, Fromhertz, Willhuber,… Varios vivían sobre pequeños lotes con sus  quintas. Villa la Angostura, como la mayoría de los grandes centros turísticos europeos en sus principios, vivía gracias a sus actividades rurales. Los tres primeros hoteles: Correntoso, La Granja y La Angostura y pocos chalets de vacaciones ofrecían trabajo para pocos, dos o tres meses. Algunos conseguían un puesto público en el correo o en la municipalidad. Sin las granjas y las actividades madereras, la vida hubiera sido difícil. Debemos un gran homenaje a esas familias que fueron los verdaderos pioneros de Villa la Angostura. Los almacenes como “La Flecha” de los hermanos Barbagelata, cumplían una verdadera función social, dando crédito durante los meses de invierno a muchos  pobladores. Solamente, el señor Badessich, abogado, así como el ingeniero Cánepa, los dos jubilados, prolongaban su estadía en La Angostura hasta el mes de abril. Eran dos matrimonios encantadores, hablando muy bien el francés. Nos recibieron en sus chalets con todos los honores. Al año siguiente el señor Badessich y su esposa pasaron a visitar a papá y mamá en Bruselas que los recibieron a almorzar, seguido de un tour en Bruselas y sus alrededores guiados por papá.

Martine, J-P, Berta Badessich, Mamá y Michel.

Ese año, por falta de tiempo para ocuparnos del restaurante Los Tres Mosqueteros, lo habíamos alquilado a nuestro vecino, Munar, el marido de la directora de la escuela (Norma), que dirigía la usina eléctrica, de la cual teníamos que aguantar el ruido durante las horas de funcionamiento. Munar había encontrado como socio, un tal Abad que dirigía una agencia de turismo en Bariloche. Los dos nos prometían maravillas. En primer lugar, cambiaron el nombre del restaurante por el de “Posta Quetrihué”. Hubiéramos preferido mostrar a mamá Los Tres Mosqueteros en todo su esplendor de los años anteriores. La sociedad Munar/Abad duró poco. Los dos socios se pelearon y al año siguiente, estábamos contentos de recuperar el inmueble, a pesar de no haber cobrado ni un mes de alquiler. Aprendimos a cuidarnos de las lindas promesas.

En el Country Club Cumelén.
En el Automóvil Club Argentino de Villa la Angostura.

Después de una semana en La Angostura, llevamos a Mamá a Chile. Nos habían invitado a un motocross en Osorno que iba a ser la primera etapa de un viaje a través de Chile y Argentina, con el placer de hacer descubrir estos dos países sudamericanos a Mamá. 

El tiempo era hermoso, ideal para cruzar la Cordillera. Pasamos a almorzar en las Termas de Puyehue y en la tarde, llegamos al fundo de la Familia Kemp que nos recibió a cenar y dormir con esta simplicidad  de bienvenida típicamente chilena. El señor y la señora Kemp eran verdaderos pioneros, hijos de pioneros llegados al final del siglo XIX. Además de la educación de sus hijos y de la explotación de su empresa ganadera agrícola, el señor Kemp, ingeniero eléctrico, dedicó varios años a la instalación de los primeros teléfonos en esta zona agrícola. Cuarenta años antes, su padre se había hecho amigo del famoso pionero de nuestra zona, Primo Capraro, quien alojó varias veces en su fundo.

Al día siguiente, el día anterior del motocross, nos esperaba la Familia Giménez en Osorno. Giménez era presidente del Moto Club Osorno. Excelente comerciante, dirigía una casa de artículos del hogar en el centro de la ciudad. Giménez hacía parte de la clase media chilena, situada entre  una población mayoritaria muy pobre y otra, minoritaria, muy rica, lo que se notaba claramente en esos años. 

Después de nuestra noche en el amplio chalet del fundo de los Kemp, los Giménez nos recibían en su casita con una cálida bienvenida,  dejándonos su dormitorio, mientras ellos se acomodaban en el dormitorio de sus hijos. Mamá no quería aceptar esta tan amable atención y quería que encontremos un hotel. Le tuvimos que hacer entender que íbamos a quedar muy mal con los Giménez que hacían con mucho placer este sacrificio, por lo que finalmente dormimos los tres en el dormitorio matrimonial. Para el desayuno, la mesa estaba llena de pancitos caseros, embutidos, quesos, jamones, dulces, etc. Creo que ni el campeón del mundo de fórmula uno hubiera sido mejor recibido.

Como era domingo, asistimos a la misa en la Catedral, donde Mamá se dio cuenta de la piedad del pueblo chileno. A las doce, nos esperaba, en el parque de la exposición rural, la tía Hella con todo su equipo de corredores, mecánicos y ayudantes. Armamos la moto que traíamos entre los equipajes. Di algunas vueltas de entrenamiento, mientras el público llegaba en gran cantidad. A las 15 horas exactas se largó la primera manga. El circuito era angosto. Había que largar bien posicionado, porque era difícil sobrepasar. Además en un momento de la carrera, un chancho cruzó la pista y el público se puso a perseguirlo para evitar un posible accidente. Por suerte, todo terminó bien. Con mi Gilerita argentina de 200 centímetros cúbicos terminaba segundo, detrás de Kurt Horta campeón de Chile, sobre moto Montesa española de 250 centímetros cúbicos. Al atardecer estábamos invitados a la entrega de los premios en el Gran Hotel Imperial de Osorno.

Después de Osorno, nuestra próxima etapa era Viña del Mar, donde nos esperaban nuestros amigos compatriotas, Vanwyngaerden. Pero antes, hicimos escala en la ciudad de Victoria en la zona central de Chile. La más activa y más poblada del país. Zona muy sísmica, donde cada generación conoció por lo menos un gran terremoto con muchas víctimas, aparte de varios de menos intensidad. Alojamos en el Gran Hotel de Victoria, muy antiguo, que hasta esta fecha, por milagro, había resistido a todos los temblores. Construido totalmente de madera estaba completamente deformado, los pasillos subían y bajaban y las puertas y ventanas habían sido recortadas fuera de escuadra. El gran temblor de 1960 había sido seguido de un tsunami que se había llevado una parte de las tierras alrededor de Valdivia, ocupada ahora por el mar. En el momento de nuestro viaje, ocho años después, el país se reponía poco a poco. A pesar de la gran actividad, la pobreza persistía en cada pueblo. Un país pobre pero muy activo. Hoy gracias a su perseverancia en el trabajo, Chile se está levantando y exporta cada vez más.

Llegados a Viña del Mar, otra vez eramos recibidos como reyes. La casita de Luce y Frans, Pasaje Masot n° 16, desde mi pasada en moto en 1961, había sido reacondicionada a nueva. A la noche, nos invitaron a cenar en el “Chalet Suizo”, uno de los mejores restaurantes de Viña, atendido por un matrimonio suizo, grandes amigos de los Vanwyngaerden. Quedamos con un excelente recuerdo de nuestra estadía en esta famosa playa chilena, con su clima incomparable, tan bien atendidos por nuestros compatriotas Luce y Frans. 

Nuestra próxima etapa era Mendoza en Argentina. Antes de atacar la Cordillera por el paso “Cristo Redentor” a 3.863 metros de altitud, hicimos escala en Santiago donde fuimos invitados por los padres de un  matrimonio chileno que vivía en Bélgica y que papá había ayudado para que puedan adoptar un niño. Los padres estaban muy agradecidos por esa acción, gracias a la cual ahora eran abuelos.

El día siguiente Penélope subió sin problema la ruta internacional trazada en forma de serpiente sobre esa gran muralla, que separa Chile del resto del mundo. Al medio día, comimos al sol en el Centro de esquí de Portillo, donde se había organizado el año anterior el Campeonato Mundial de “Slalom”. De donde estábamos, podíamos observar la cumbre del “Aconcagua” de 6.959 metros de altitud. Comiendo mi sandwich, no pensaba que dentro de una decena de años, iba a pasar treinta años de mi existencia en la actividad del esquí. 

En el túnel que une los dos países a 3.863 metros, nos encontramos de repente con una locomotora. Como se trataba de un pasaje muy angosto, había que dejar pasar el tren o los coches en un solo sentido por vez, un empleado chileno de un lado y un argentino del otro coordinaban el tránsito, entregando al último autorizado un banderín que debía devolver  del otro lado. Pero el empleado chileno había entregado el banderín al coche que nos seguía y no se había dado cuenta que Penélope, descompuesta por la altitud, no había arrancado. Cuando arrancó, entramos en el túnel cuando ya venía el tráfico en el sentido contrario.  Por suerte, el tren retrocedió y entramos en Argentina, reencontrando  la inmensidad del país. Penélope, recompensada de su esfuerzo de la mañana, se dejaba ir por la larga pendiente hacia Mendoza. Nos paramos en el “Puente del Inca”, y alojamos en el hotel provincial de Uspallata para reponernos de las diferentes alturas por las cuales estuvimos. Estábamos a cien kilómetros de Mendoza en un sitio muy diferente del lugar donde estábamos el día anterior en Chile, donde la montaña subía a pique arriba de las viñas y de las chacras. Por éste lado, la ruta de pedregullo, bien mantenida, se extendía en largas curvas sobre unas tierras áridas de pre cordillera. Nuestra próxima etapa era Córdoba. 

Después de San Juan, la ruta atraviesa una zona desértica donde se encuentra el original peregrinaje de la “Difunta Correa”. Se cuenta que en ese lugar una mujer que se llamaba Correa, muerta de sed, siguió  amamantando su bebé, que se encontró vivo al lado de su madre inerte. Es costumbre que las recién casadas dejen su vestido de novia y que los camioneros y automovilistas dejen sus cubiertas y las piezas en desuso de sus vehículos. El lugar se convirtió en un universo comercial de velas, rosarios, estatuas de la virgen, crucifijos, etc. Cómo también comida. A pesar que esa costumbre nos llamó la atención, respetamos esta fe popular en su simple expresión. Como decía el filósofo francés Blaise Pascal: “Solamente de rodilla el hombre es grande”.

Antes de entrar a Córdoba, pasamos a saludar los Von Rennenkampf que administraban un hotel al lado de un golf, en el pueblito de Nono, lugar pintoresco, poco montañoso, donde unos matrimonios de nacionalidad inglesa disfrutaban su jubilación, unidos por sus costumbres del té, golf y bridge. El hotel era un antiguo monasterio, de construcción colonial, con su claustro que llevaba a los dormitorios. Nos recibieron como reyes. Román Von Rennenkampf era un hombre de lo más amable, así como un excelente cocinero. La cena con esa familia rusa, cada uno artista en pintura y/o música, que me había recibido tantas veces en Puerto Manzano, durante mi primer invierno en La Angostura, dejó a Mamá un inolvidable recuerdo. Ella se había permitido decir que le gustaba el golf y al día siguiente uno de los hijos nos invitaba a un partido de 18 hoyos en el golf vecino. Mamá no sabía cómo agradecer a esa gente tan amable. Lo que se arregló con los numerosos recuerdos que Mamá compró en el kiosco del hotel, para llevar de regalos a Bélgica.

En Carlos Paz, nos invitó la familia Luque, también ex habitantes de La Angostura donde eran dueños de un chalet (hoy día, Hostería El Establo), y administraban una hostería, en esa zona muy turística de Córdoba.      

Después de conocer el Centro Universitario de Córdoba nos alojamos en “Mar Chiquita”, que es otro centro turístico de esa zona y seguimos en dirección a Bella Vista en la Provincia de Corrientes, donde nos esperaban en su estancia, Jacques y Misette Moens de Haese, cuñados de nuestro hermano Jacques. La estancia se encontraba en la orilla del Río Paraná. Su principal actividad era la cría de vacas, cruzadas entre la raza Aberdeen y la raza Cebú. Además poseían una inmensa plantación de naranjos que Jacques Moens nos mostró a bordo de su avión particular. Después del asado, hacía tanto calor que una buena siesta en el casco con sus mosquiteros nos vino bien.

En la estancia de Jacques y Misette Moens de Haese. Listos para volar.

Terminando esa interesante estadía en la estancia de la Familia política de mi hermano, retomábamos la ruta hacia el sur, por Santa Fe y Rosario, para terminar nuestro periplo en Buenos Aires, recibidos como siempre por Manu y Martine, que eran para Michel y yo, nuestra segunda familia. Ellos nos habían adoptado y nos sentíamos, tanto en La Angostura, en el Chalet  Las Piedritas, como en Buenos Aires,  como sus hijos.       

Después de dos días de descanso en Buenos Aires, llevaba a Mamá y Michel al aeropuerto de Ezeiza, dónde embarcaron los dos para reencontrarse con nuestra querida Bélgica, tan chiquita a lado de la inmensa Argentina. 

Villa Flandria

Por mi lado me volvía solo hacia La Angostura, aprovechando para pasar por Villa Flandria, cerca de Luján y conocer la extraordinaria empresa textil de Don Julio Steverlynck, como lo llamaban los habitantes de esa ciudad, construida al lado de la fábrica. Fue un día inolvidable al lado de Don Julio, uno de los seres más extraordinario que conocí. Nacido en 1900, en Tournai  (Bélgica), en una familia de fabricantes de tejidos desde varias generaciones. A los dieciseis años participó en  la Gran Guerra de 1914-1918, en el campo de batalla contra los alemanes. A los dieciocho años, ex combatiente, sabía dirigir un equipo de hombres. Muy joven, su padre lo envío a Buenos Aires a inspeccionar el funcionamiento de una filial de su fábrica. En poco tiempo, puso orden en la empresa y para desarrollarla decidió mudarla  cerca de Luján, donde podía plantar linos y árboles. Allí construyó una pequeña fábrica que se transformó en la segunda fábrica  textil del país, ocupando hasta tres mil personas. Desde sus principios, la fábrica fue un ejemplo social para el país. A tal punto que en la época de Perón, los sindicatos consideraban la fábrica “Flandria” como un ejemplo social. El mismo Presidente Perón, cuando visitó la fábrica, dijo a Don Julio que si todas las empresas del país hubieran sido como la suya, él nunca hubiera podido ser Presidente. Acompañando a Don Julio en su jeep, donde siempre llevaba, como arma defensiva, un palo de madera, yo no podía tener un mejor guía para visitar la fábrica. Me mostró las plantaciones de linos y árboles, el aserradero y las instalaciones deportivas de Villa Flandria, con su cancha de fútbol (con equipo nacional, en la cual Don Julio no permitía negociar jugadores), la pileta de natación cubierta, etc. Me mostró también la escuela técnica de la fábrica, donde se enseñaba a los chicos de Villa Flandria  los secretos del oficio. Esa escuela le había dejado un terrible recuerdo. El del accidente de su mujer, cuando el 15 de enero de 1966 iba a la escuela y encontró la muerte en el paso a nivel, embestida por el tren. En recuerdo del trágico accidente, Don Julio había guardado en su dormitorio, la cartera de su querida mujer, lo único que había encontrado entero.  En noviembre de 1965, dos meses antes, el Rey Balduino y la Reina Fabiola, de Bélgica, habían venido con el Presidente Argentino, Arturo Illia, hacer una visita privada a éste matrimonio extraordinario. Fue un día memorable en Villa Flandria. 

El Rey Balduino de Bélgica y el presidente de Argentina Doctor Arturo Illia con Don Julio Steverlynck en Villa Flandria en el mes de noviembre de 1965.

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