Capítulo 1 - Los 22 años de mi juventud en Bélgica.

Muchas veces, nuestra hija Hélène me había pedido que escriba mi vida. Pero qué desafío! Más todavía para alguien que no tiene talentos literarios. Además resumir tantos años de vida no es cosa fácil. Tantas cosas nos pasan. ¿Quien recuerda sus primeros años?

De izquierda a derecha: Jean-Pierre, Jacques y Philippe.


Tenía dos años al principio de la segunda guerra mundial. Estábamos en Duinbergen, pequeño lugar de veraneo sobre la costa belga. Mientras muchas familias belgas emigraban a Francia bajo la amenaza de los bombardeos alemanes, papá estaba convencido que no había razones para que el enemigo bombardeara Duinbergen. Mamá esperaba el nacimiento de Philippe, su tercer hijo. Mi hermano mayor Jacques y yo éramos los dos primeros. Si bien en la Primera Guerra Mundial de 1914 a 1918 la invasión alemana había sido larga, la de 1940 fue de pocos días, suficientes para que Bélgica quede bajo el régimen del invasor sin necesidad de grandes  bombardeos. La estrategia de Hitler, el “Blitzkrieg”, (guerra relámpago) se había cumplido y Papá tuvo razón de no huir. Philippe nació el día de la capitulación del Rey Leopoldo III y la semana siguiente aparecía en casa un oficial alemán  ofreciendo a mis padres que Philippe tuviera como padrino al famoso Hitler. Lo que naturalmente mis padres no aceptaron.

Es solamente al final de la guerra, que recuerdo las oraciones en familia, mientras pasaban encima de la casa los primeros misiles alemanes “V1 y V2”.

Durante los años de ocupación, como todavía no me tocaba la escuela primaria, papá me mandó a una granja, en el pueblito de Zarren en la parte flamenca de Bélgica, dónde no iba a tener muchos riesgos de guerra, con la seguridad de una buena alimentación. La familia que me recibió se llamaba Scheldeman. En realidad, papá sin darse cuenta, me había elegido una excelente primera escuela. Estar entre gallinas, chanchos, vacas y dos potentes caballos que tiraban  cualquier cosa como arado, carros de tres y cuatro ruedas de madera, etc…, buscar los huevos, hacer manteca, amasar y cocinar el pan, sembrar, cosechar,…que maravilla para un niño. La vida era simple a pesar que no teníamos electricidad, ni agua corriente, ni radio, ni televisión, ni diarios, ni libros, ni juguetes.  Al anochecer, alrededor de la estufa que servía para cocinar y calentarse, rezábamos en flamenco, idioma que yo no entendía.


La granja

 Mi único y gran amigo era Maurice, 15 años más que mis modestos 4 o 5 años. El hermano mayor de Maurice, André, ya poseía una moto. Era sin duda la primera del pueblito de Zarren. Me acuerdo de ella como si fuera ayer. La máquina se encontraba en un galpón de la granja con su rueda trasera levantada, que yo podía hacer girar con la mano, mientras una gallina se quedaba  sobre el manubrio. Un día me atreví a sentarme sobre el asiento e hice caer la moto. Desde ese día André parecía odiarme.

Con mi chivita

Jacques sobre la yegua y Maurice nuestro profesor de equitación


Por suerte Maurice me defendía. Por lo menos hasta que se casó y fue a trabajar en la granja de su mujer. De padres a hijos, estos grandes conocedores de la tierra se trasmitían el oficio. Eran honorables señores sobre sus pequeños cultivos. La cosecha del trigo era una verdadera fiesta y todos los vecinos venían a ayudar. El papá Scheldeman era un progresista, ya poseía un tractor desde antes de la guerra. Como la nafta era restringida, se usaba exclusivamente para accionar la cosechadora con la transmisión de una larga correa plana. Las semanas siguientes la cosechadora con el tractor se instalaba en las granjas vecinas.

El tractor

Varias veces acompañaba Maurice sobre la carreta tirada por la poderosa yegua para llevar el precioso trigo al molino. Este molino movido por la fuerza del viento con su ingeniosa mecánica me impresionaba. Los domingos íbamos en bicicleta a misa. Los hombres asistían de un lado de la Iglesia y las mujeres del otro. Solamente en ocasiones de los casamientos íbamos a la Iglesia a bordo de inmensas limusinas con su cabina separada para el conductor y asientos plegables para los niños. Las tardes de los domingos eran unas fiestas. De un gramófono a resorte, que me tocaba dar cuerda con su manija, salía de un gran embudo los valses y fox-trots de la época. Un día un avión inglés fue abatido por los alemanes. El piloto aterrizó con su paracaídas en un potrero vecino a la granja dónde los alemanes lo arrestaron. Pocos días después un bombardeo provocó la rotura de los vidrios. A parte estos recuerdos, tuve la suerte de no saber más de esta guerra.

Después de mi estadía en Zarren con los Scheldeman me encuentro de nuevo con mi familia en Bruselas. Era una casa chica con el living ocupado de día por el estudio de abogacía de papá y al atardecer y los domingos como sala familiar. La guerra no había terminado todavía. Mi escuela era  la de los Hermanos de las Escuelas Cristianas a más de treinta minutos a pie de casa. Mi maestro de primer grado era el Hermano Sébastien. Un campeón de la enseñanza. Cada mañana nos encontrábamos con un hermoso dibujo en el pizarrón con una letra escrita en perfecta caligrafía que íbamos a aprender en el día. Supongamos que era el dibujo de una casa, la letra iba a ser una C.  En el final de la guerra, recuerdo que un día el patio de la escuela se había llenado de camiones y soldados americanos que no comprendíamos y que nos dieron chocolate que nunca habíamos probado.

Eran los días tan esperados de la “Liberación”. Días de euforias colectivas con los desfiles militares por las avenidas principales de Bruselas.

Recuerdo también el fallecimiento de mi hermanito Philippe, nacido el 28 de mayo 1940 y fallecido en noviembre  de 1946, poco después de la liberación.

A partir del tercer grado, me encuentro en el “Institut Saint Boniface” a media hora de tranvía, con almuerzo en el comedor del colegio.


La disciplina era severa, no se permitían más de tres llegadas tarde por trimestre con el riesgo de ser despedido del colegio. Un día había descarrilado el tranvía y varios llegamos atrasados por la misma razón. El prefecto llamó a la empresa de tranvías para averiguar si era verdad. Pero habitualmente prefería ir con mi bicicleta. Desgraciadamente un día, un camión me cortó mi camino en pendiente y la colisión fue inevitable. Perdí tres dientes y me encontré en el hospital. El seguro del camión pagó tres dientes postizos y una nueva bicicleta.

En algunas ocasiones, como en épocas de nacimientos de mis hermanos Michel y Xavier, vivía como un príncipe en la hermosa casa de “Tante Jeanne”, hermana mayor de papá, casada con el ”Oncle Paul”, notario importante en Bruselas. Se trataba de una antigua casa señorial con entrada para carrosas y establos en el fondo del jardín, dónde se habían alojado los caballos. Eso en pleno centro de la ciudad. Para servicio de la casa había dos “femmes de chambre” además de “Louis” para las actividades múltiples y su mujer “Marie”, excelente cocinera. Louis fue mi profesor de carpintería, jardinería, etc…, admiré su sabiduría. En la planta baja se encontraba el notariado de “Oncle Paul”. Se vive en el segundo piso, dónde se llega por una majestuosa escalera de forma ovalada de dos metros de ancho. Las buenas comidas cocinadas por Marie en el subsuelo, llegaban al segundo piso por medio de un monte-carga accionado por los brazos de Louis, desde un lugar donde tenía ordenado la vajilla y los cubiertos de plata. Allí se encontraba un inmenso comedor, decorado con un enorme cuadro antiguo de por lo menos tres metros por dos de alto. Las altas puertas y muy altos cielorrasos, eran  impresionante para un niño. El piso estaba cubierto de alfombras, sobre las cuales jugaba con mi prima Claire, algunos años mayor. En el tercer piso, además de dos grandes baños y de los dormitorios había una espléndida sala de juegos decorada con la leyenda del gran “Saint Nicolas” y un piano con el cual mi “Tante Jeanne” me hacía escuchar sinfonías de los grandes compositores. El domingo después de la misa, Oncle Paul arrancaba su coche e íbamos a “Grez d’Oiseau” a la quinta de los Deprez, agradables jubilados donde era bueno vivir entre las flores, el invernáculo, los árboles frutales y los panales de abejas. En el regreso a la ciudad, me dormía en el coche, soñando de esta tarde con los Deprez. El día siguiente había que volver al Instituto Saint Boniface, situado a más de 40 minutos a pie, desde la casa de mis Tíos, cargado de un montón de sabiduría en libros que tenía poca chance de entrar en mi cabeza. A la mañana y a la tarde me tocaba esta caminata. En aquel entonces eso hacia parte de la formación de la juventud. Pero en realidad, aproveché una juventud privilegiada en esta época de postguerra. Ya en 1945 vacacionabamos durante los meses de julio y agosto en la”Casa Golvenzang” en Duinbergen. Por suerte la casa no había sido destruida durante los 5 años de guerra. Casi todo Duinbergen había sido bombardeado al final de la guerra y todavía muy poca gente podía pagarse vacaciones en la costa, además de la falta de alojamientos en condiciones. Con algunos chicos vecinos íbamos a jugar en las casas en ruinas y en los “Bunkers” alemanes ubicados en los médanos frente al mar. Muchas zonas estaban todavía minadas, con cercos de alambre de púa,  que la armada belga desminaba con la ayuda de prisioneros alemanes. Una de estas patrullas acampaba en la casa vecina. En esa época mamá se hacía ayudar por una chica de la región alemana de Bélgica, que se había enamorado de uno de estos prisioneros del otro lado del cerco. Lo que causó problemas a papá y mamá, porque ella podría haber ayudado a su novio a escapar. La playa era casi desierta. Alrededor de las 11 a.m., nos bañábamos en el mar y después de pocos minutos salíamos temblando de frio. En la tarde hacíamos paseos a pie, en bicicleta o a veces en “cuissetax” (vehículos livianos de 3 o 4 ruedas, propulsados por pedales). También íbamos por la playa hasta Holanda a probar los buenos quesos. Los fines de semana llegaba papá, el que a veces nos alquilaba una pequeña moto que había sido de los paracaidistas durante el desembarco en Normandía, con la cual nos enseñaba a manejar. Fueron mis primeros pasos en el motociclismo. En las vacaciones nos acompañaba nuestra abuela materna con su mamá (nuestra bisabuela) que llamamos  la “Petite Bonne-maman” por su tamaño, para diferenciarla de nuestra abuela “Bonne-maman”. Esta última, asistía todos los días temprano a la misa y después de atender a su madre y ayudar en casa, leía mucho y escuchaba en la radio la “Vuelta de Francia”, los concursos musicales, y otros eventos de actualidad. Todo le interesaba. Además era la confidente de todos y para cada uno tenía un buen consejo.

En 1950 nos mudamos para instalarnos en una casa  más amplia. Se trataba de una casa en una esquina, sin jardín, con planta baja y tres pisos, a los cuales se subía por dos escaleras. La escalera principal hasta el segundo piso y la escalera de servicio hasta el tercer piso, dónde alojaban los hijos. En la planta baja, había un garaje y un patio cubierto, que  me apropié para hacer mi taller. De allí, con la ayuda de amigos, salieron varios prototipos de pequeños vehículos, al principio sin motor que se piloteaban solamente en calles con pendientes. El primer prototipo lo anotamos en una carrera de “Caisses à Savon” que se organizaba en los alrededores de Bruselas en avenidas con pendientes. Pero en esas carreras tuvimos el disgusto de tener que afrontar adversarios que venían con prototipos fabricados por sus padres. Lamantablemente quedamos descalificados en las primeras eliminatorias.  

Nuestra “Caisse à Savon” lista para correr

Desalentados, proyectamos y fabricamos un modelo con motor.

Jean-Pierre (a la derecha) con su amigo Guy Dejond.

Conseguíamos los materiales en una “chatarrera” cercana a casa.  Pero estos inventos nos tomaban mucho tiempo, en detrimento de nuestros estudios. Es así que tanto Guy como yo tuvimos que abandonar nuestro segundo año de secundario para encontrarnos en una escuela técnica: el Instituto “Saint Joseph” donde recibimos una formación de técnico electro-mecánico. Allí, nos encontramos en otro mundo, parecía una usina, muchos cursos se daban con mamelucos o delantales. Se aprendía a ajustar piezas con precisión, a tornear, a soldar, a dibujar planos industriales, también los conocimientos básicos de la electricidad,… Los dos veníamos de dos colegios muy bien considerados en Bruselas, Guy del colegio jesuita “Saint Michel” y yo del Instituto “Saint Boniface”. Nuestros compañeros eran en su mayoría hijos de artesanos de oficios manuales. Pero rápidamente nos adoptaron. Guy vivía con su familia cerca de casa. Nosotros dos, éramos como  “Quick y Flupke” de las historietas de Hergé. 

Mi otro gran amigo era Jean Groverman, conocido en el Instituto Saint Boniface. Sentados sobre el mismo banco, no sé si ya teníamos la intuición que nuestros porvenires se iban a encontrar.

Jean Groverman y Jean-Pierre en segundo año de secundario.  (En la fila del medio primero a la derecha: Jean. Del lado izquierdo segundo en la misma fila del medio: Jean-Pierre

Sin pensar nunca que iba a ser en un país tan lejano, en el otro hemisferio de la tierra, en el continente Sud-Americano. A menudo iba a visitarlo en bicicleta, cerca del pueblito de Tervueren, cerca de Bruselas, dónde vivía con su madre, sus hermanas y un hermano más joven llamado Eric, en pleno campo entre potreros con vacas y pequeñas parcelas  agrícolas. 

Después de esta última foto en el “Instituto Saint Boniface”, me mandaron al Instituto Técnico “Saint Joseph”.

La alegría de aprender un oficio

En esta época de postguerra, para la mayoría, el auto costaba demasiado y muchos utilizaban bicicletas, y después pasaban a motos. Fue una linda época para el desarrollo de las motocicletas tanto en Inglaterra con: las famosas BSA, AJS, Triumph, Velocette, etc… en Bélgica con: la FN, Sarolea, Gilette,… en Italia con: Gilera, Guzzi,… y en Alemaña: la NSU,  Sachs,  BMW,… Un tío de Guy, a pesar de sus 60 años, venía de Amberes (50 km de Bruselas) con una espléndida moto Sarolea que empujaba para arrancar. Nosotros lo admirábamos.

Cerca de casa vivía un grupo de jóvenes de 20/25 años, cada uno con su oficio o especialidad, arreglos de radio, de electro-domésticos,… uno de ellos, Michel Boulanger, fabricaba accesorios en plexiglás para tiendas. A veces, lo ayudábamos a terminar algún pedido urgente. Todos tenían la pasión por las motos de carreras de velocidad. En el barrio, era la “Bande à Bouboul”. En el subsuelo de una casa se preparaban motos de carreras para los gran premios de Bélgica: Mettet, Sombreffe, Chimay, La Cambre, etc… En las noches anteriores a esas pruebas, se terminaban las preparaciones de las motos, probándolas en el barrio con sus escapes libres, terminados en forma de embudo. Un ruido infernal, cuando la mayoría de la población ya se encontraba en la cama. Antes que aparecía la policía en bicicletas, se escondían las motos en el garaje de la “Bande à Bouboul”. En realidad la policía era un poco cómplice de esos simpáticos jóvenes y tardaban en llegar. Esos valientes apasionados nos llenaban de admiración y los domingos de carreras viajábamos como podíamos, muchas veces a dedo para asistir a las proezas de nuestros héroes.

Mientras tanto, entre jóvenes de nuestra edad, formamos en el barrio una nueva banda que bautizamos “Les Joyeux pistons” (Los alegres pistones).

Los “ JOYEUX PISTONS”



Últimos modelos producidos en el taller de los “Joyeux Pistons”

Un día, Michel Boulanger nos llevó a participar a un “Gymcana” para motos, organizado sobre una plaza pública de Bruselas. Nos prestaron una moto y nos inscribimos. Fue nuestra primera competencia motociclista. Se necesitaba mucha habilidad para pasar todos los obstáculos sin penalidades. Por ejemplo, sin apoyar nunca un pie a tierra, agarrar con un cucharón un máximo de pelotas de pingpong que flotaban en un balde y llevarlas, pasando encima de una escalera acostada en el piso, seguida de una tabla angosta, siempre con el cucharón en una mano y dejar las pelotitas en otro balde. Nos habíamos entrenado y terminamos entre los mejores. El moto club que organizaba la prueba, nos adoptó como nuevos socios. Lo que nos permitió conocer todas las actividades motociclistas que se practicaban en Bélgica. La prueba de regularidad que organizaba cada año nuestro club era de 24 horas. Se largaba un participante cada minuto, en el atardecer, para terminar en el mismo lugar, 24 horas después de haber recorrido toda la provincia, pasando por los peores caminos. Cada participante llevaba una tarjeta sobre la cual figuraba sus horas de largada en cada control, distribuidos a lo largo del circuito. Se penalizaban los minutos de atraso. Era una terrible organización, con la ayuda de muchos voluntarios. Lo mismo para la organización de su competencia anual de Trial en la cual colaboramos como ayudantes. Así descubrimos esta disciplina, donde las dificultades principales son los obstáculos llamados “Non Stop”, que los participantes tienen que cruzar sin apoyar los pies a tierra. Allí, conocimos a Raymond Decorte, brillante “Trialista” a quien acompañaba sus dos hijos, Charles y Michel, que se convirtieron en nuestros nuevos amigos. Con ellos, la práctica del trial se convirtió para nosotros, durante 7 años, en nuestra pasión. Para nosotros, citadinos, participar en estas pruebas en plena naturaleza, todos los domingos de otoño e invierno, haciendo amistades con los demás participantes, nos dejó recuerdos inolvidables. En esta época, las motos de trial no existían todavía y lo difícil era de transformar las motos de calle en motos especiales para Trial. Nos costó numerosas horas, en mayor parte nocturnas, para estar cada domingo  a tiempo en la largada
 

Jean-Pierre, primer belga de la categoría Expertos/ Grandes Cilindradas en el 12° Trial  Internacional Lamborelle,  año 1958.

Cuando no conseguíamos medios de transporte, salíamos sobre nuestras motos, bien temprano, todavía en la obscuridad, a veces sobre rutas heladas, para llegar a tiempo para inscribirnos. Poco a poco, nos convertíamos en  campeones nacionales de la especialidad y salíamos a Francia e Inglaterra a defender los colores de la patria.  

Durante estos años fuimos los felices beneficiarios de estas organizaciones. Cada Club organizador se ocupaba del trazado y marcación de los circuitos, consiguiendo los permisos para atravesar numerosas propiedades, y el apoyo de las autoridades policiales y municipales, sponsors, etc… La Federación de Motociclismo  homologaba las pruebas y podíamos encontrar los resultados el lunes en las páginas deportivas de los diarios con nuestra clasificación en el  campeonato nacional, y a veces con nuestras fotos.

Un día, durante mi servicio militar, un periodista vino al cuartel, a hacerme una entrevista. Mi superior no pensaba tener un personaje tan importante bajo sus órdenes.

En verano, participábamos en pruebas de motocross.

Jean-Pierre en un motocross en Francia.

Motocross en verano.

Dos veces, Papa Raymond Decorte me invitó a acompañarlo con sus dos hijos Charles y Michel, a realizar unas expediciones a España. La primera expedición consistía en bajar el río Ebro desde Zaragoza hasta el Mediterráneo en kayak, acampando al borde del río, muchas veces recibida en pequeños pueblos como seres de otro planeta. Un día, uno de esos pueblos, organizó en nuestro honor, un simulacro de corrida de toros, con vacas en su plaza municipal. En esos años, España no estaba  todavía invadida por los turistas.

Con los gitanos en Andalucía. De izquierda a la derecha: Charles, Michel, Jean-Pierre y Raymond

La segunda expedición fue un viaje en moto hasta Andalucía, que nos hizo descubrir otro aspecto del país, acampando en pleno campo, siempre con la hospitalidad del habitante.  La familia Decorte, de tipo latino, se entendía con esa gente sencilla, pero rica como personalidades humanas.

Con estas páginas, probé de resumir lo que fue mi juventud, más que todo dando una idea de lo que fue mi formación familiar, técnica, deportiva, social, etc… durante esos 22 años. En realidad, esta preparación era insuficiente para empezar la vida que me iba a tocar en la Patagonia. Por suerte hubo el viaje en moto a través de las Américas con el amigo Charles Decorte y después mis siete primeros años sobre y alrededor del grande y majestuoso Lago Nahuel Huapi, para completar mi formación que ninguna Universidad me hubiese podido dar. 

Comentarios

  1. Sin palabras espectacular felicitaciones muy bue regalo de papa.noel gracias

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  2. Gracias tio de compartirlo. Es un placer de leer eso.

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  3. Felicitaciones a esta familia pionera.

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  4. Siento emoción al leer sobre sus recuerdos e imaginar esos pasajes de su vida y esas distintas geografías recorridas durante años tan duros y distintos a la forma de vida actual.... Qué placer provoca su narrativa simple pero llena de afectos y experiencias....
    Lo felicito por este....su nuevo emprendimiento y lo insto a que nos siga compartiendo estas, sus experiencias...., de las que siempre tomamos algo.
    Gracias.
    Cr. Cotos Héctor Ramón
    Córdoba Capital

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  5. Hola tio , fue un placer leer el primer capitulo de tu vida. Conocia algunas cosas pero aprendi un monton. Me da ganas de leer lo que vendra despues. Hasta Pronto y un abrazo a la familia. Tanguy

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  6. Espectacular, hermosa historia de vida, espero tener el placer de conocerlo, siga escribiendo, felices fiestas.

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  7. Excelente, y hemosa reseña de tus primeros años, felicitaciones por el nuevo desafío que emprendiste

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  8. Magnífico relato, Jean Pierre. Lo disfruté de la primera a la última letra. Escribe usted muy bien y es muy rico en detalles pero no pierde de vista el eje. Con palabras sencillas pero precisas y coloridas, pinta estupendamente una época y una sociedad. Estaré pendiente de los próximos capítulos que prometen ser atrapantes. Muchas gracias por compartirlo.

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  9. Siempre interesante saber de tus historias.

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  10. Emocionante. Muchas gracias. Espero con ansias que llegue el sábado para leer el próximo

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  11. Emocionante. Muchas gracias. Espero con ansias que llegue el sábado para leer el próximo

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  12. un relato atrapante, una historia de vida intensa, y un relato impecable. Gracias por compartir tantas vivencias.

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  13. Sensacional Jean Pierre, una pintura de época

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  14. Un relato increíble ...hermoso y lleno de vivencias. Sin dudas algo emocionante... felicitaciones amigo y espero sus próximos capítulos

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  15. Realmente era otro tipo de vida, de formacion, de cultura, de valores y de amistad...Ahora empiezo a entender muchas cosas. Lo felicito y seguire esperando ansioso sus relatos. Muchas gracias por compartirlos!!
    Abelardo Hoch

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  16. Excelente!! Esperando con ansias el capítulo 2!!

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  17. Jean Pierre, gracias por compartir estas hermosas y apasionantes historias. Sabia por comentarios de su vida tan interesante. Espero con ansias los proximos capitulos.

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  18. querido amigo Jean Pierre, qué maravilla! gracias. Mi abrazo en la cercanía y la distancia a la vez y el deseo del reencuentro. bendiciones para la familia en este comienzo de 2021. P. Daniel Virgili

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  19. Un éclairage intéressant sur tes jeunes années et ta formation tant à l’ école que sur le terrain. J’attends le chapitre suivant comme j'attendais mon abonnement à Tintin dans les années 60. MERCI
    Catherine

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  20. Felicitaciones!! Extraordinario relato y muy buenas fotos para ilustrarlo! Ya había oído del titánico trabajo que hizo en el Cerro Bayo, en los comienzos. Ahora se explica la importancia de aquellos primeros años.
    Impaciente espero la siguiente entrega. Gracias por compartir su historia.

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  21. GRACIAS ....ES DECIR POCO JEAN PIERRE .....POR DEJARME SER PARTE DE TU EXPERIENCIA DE VIDA ....UN GRAN ABRAZO Y UN MUCHAS GRACIAS ENORME ...

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  22. Hermoso relato!! Gracias por compartir su vida!!

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  23. que placer leerlo Jean Pierre! Fascinante el relato, su perseverancia y amor por el trabajo son un ejemplo! En mi familia lo admiramos mucho.
    Recuerdo, hace muchos años (20/25) cuando fuimos a visitarlos al Cerro con mis padres, y Ud. con mucho cariño nos hizo una recorrida por el cerro, y nos contó muchas historias. Ese día quedará en mi memoria por siempre.
    Muchas Gracias por compartir su historia!!
    cariños, Manu Fernández Barral.

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  24. hola Jean Pierre, atrapante tu relato, me parece estar viajando trepado a esa moto y viviendo las peripecias del camino. Seguro que guardarás en el corazón, aún, infinitas historias que no contás por no hacer extenso el relato. Muchas gracias por compartirlo, pero mayores gracias aún por haberte conocido y compartido en tu casa y tu familia, una verdadera bendición de Dios en mi vida. Te dejo enorme abrazo y nuevamente gracias. Jesús te conserve el espíritu inquieto y la fortaleza. Cariños a Bernadette.

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  25. Símpático e interesante de este gran emprendedor que es Jean pierre. Espero con entusiasmo próximos capítulos.

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  26. Felicitaciones x describir de forma tan bella sus primeras décadas de vida... Excelente forma de transmitir la importancia de los oficios q permite desarrollar la creatividad y así experimentar grandes logros ... Gracias gracias gracias ...

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  27. Gracias x describir de forma tan bella sus primeras décadas de vida ecxelente la importancia de lo oficios q permite desarrollar la creatividad ... Gracias gracias gracias 💞💯💞

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  28. Bravo Jean Pierre! Gracias a Eric que me pasó el link, puedo leer esta delicia de historia. Veo que estás siempre tan lleno de alegría en la manera de expresarte. Te debo todavía comerme mi sombrero, cuando te aposté que la estanciera, que tiraba un trailer, no iba a poder subir la ruta de los siete lagos, desde San Martín de los Andes, cuando el agua del radiador entraba en el carter de aceite del motor (junta de carter quemada)! Tu intuición de genuino ingeniero formado por el contacto permanente con la mecánica fue la correcta, porque lo lograste!!! Yo te había apostado comerme mi sombrero si llegábamos y no cumplí! Abrazo grande. Huberto.

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